Si bien existe un camino para llegar hasta él, al ser un islote enclavado en el mar, dos veces al día, al subir las mareas, queda cubierto por la marea, recordándonos que es una isla y no una montaña.
Por acción de las mareas también, los paredones exteriores que rodean al pueblo presentan una coloración negruzca, producto de las algas marinas lo cual, sumado al microclima frío y húmedo de la región, le da una atmósfera mágica propia de las películas de leyendas medievales.
Fue mandada a construir por el obispo de Avranches, San Aubert, en el año 709, producto de sueños y visiones, según cuentan las leyendas locales, donde el arcángel San Miguel le mostró donde debía hacerlo.
Durante el reinado del Luis XI y hasta 1860, este lugar albergó reclusos, como una cárcel terrible y remota, prácticamente olvidada en el medio del mar.
Al llegar, entramos por sus portones medievales que atraviesan un foso, y ya estamos en la «Grande Rue» del Mont-Saint-Michel que es un camino ascendente y sinuoso que atraviesa todo el pueblo hasta la abadía, a casi cien metros de altura. Por la sinuosidad del camino, debemos ascender 1800 metros ya que se va rodeando varias veces la montaña en círculos.
Hay muchas historias atractivas, ya que esta región fue hogar de celtas, romanos y galos…El propio Guy de Maupassant le dedicó un cuento a este maravilloso lugar. Dicen que frente al monte, donde hoy está enclavado el pueblo, estaba el mítico bosque de Scissy. La isla fue dedicada bajo el nombre de “Tumba Beneni “o tumba de Belenus, al dios galo del sol por los pueblos galos que allí estuvieron.
Otro monumento interesante en la isla es Notrê-Dame Sous-Terre. La iglesia original fue cubierta completamente por las múltiples ampliaciones de la abadía y quedó bajo tierra hasta ser redescubierta durante unas excavaciones a principios del siglo XX. Desde entonces ha sido restaurada y ofrece un magnífico ejemplo de la arquitectura prerrománica, que también visitamos.
Pero si nos quedamos en los hoteles y posadas de la isla, durante la noche y hasta bien entrada la mañana siguiente, podemos disfrutar de la magia de este lugar que queda casi desierto y podemos pasear en soledad por sus callecitas empinadas, aislados por la marea y rodeados por la bruma.
Allí, entre el ruido del mar, la soledad de sus calles y el viento que sopla bravío, podemos soñar con las historias y leyendas que vamos descubriendo en este maravilloso recorrido que vale la pena conocer.
Fotos y texto: Jimena Méndez