Soporte arqueológico del Mar del Plata por Juan Vilariño Y Xisco Martín

Algunos mares del mundo encierran sucesos extraordinarios. Otros, sólo existen en la historia marítima como narraciones apócrifas. Lo cierto es que el Infierno de los Navegantes, situado a lo largo de la costa norte del Río de la Plata, constituye una de las épicas más inquietantes de la marinería occidental.

La coincidencia no radica en la tradición, sino fundamentalmente en los manuscritos, que exhuman los más de cuatrocientos naufragios perdidos entre los años 1529 y 1899.

Han pasado desde entonces varios siglos. Con todo, la expresión marítima de Uruguay, todavía persiste hoy como una verdadera trampa para barcos, como uno de esos lugares en el mundo en donde la geografía, el clima y las condiciones del mar conspiran para poner en riesgo cualquier tipo de navegación. Pero esa es sólo la mitad de la historia, porque, muy a pesar de sus riesgos, el Río de la Plata se inserta como una pieza ineludible en la historia marítima moderna. (Lezama et al)

Los especialistas Buffa y Cordero, miembros de la Comisión del Patrimonio Cultural de la Nación (Ministerio de Educación y Cultura), y también integrantes del grupo Coordinador de pecios GCH-PEMA (Ministerio de Defensa Nacional) trabajan a la sombra de expoliadores y especuladores de tesoros inexistentes. A pesar de la indolencia de éstos ante los auténticos tesoros que yacen bajo las aguas, y su desidia frente a la herencia cultural e historias de la configuración de la realidad del Mar del Plata, sus gentes y cultura; han realizado desde 1999 numerosas actuaciones en beneficio de la localización, estudio y salvaguarda del Patrimonio Cultural en las aguas de la R.O.U. Entre los últimos hallazgos, se encuentran las exploraciones preliminares subacuáticas realizadas durante 2017 en el sitio arqueológico del Anglo (Fray Bentos), sitio UNESCO que, además de su riqueza patrimonial portuaria y terrestre, también cuenta con un copioso legado arqueológico y marinero en aguas del Río Uruguay. El último hallazgo, cuyos recientes estudios arqueológicos efectuados en diciembre de 2017 se encuentran aún en desarrollo, se ubica en las inmediaciones de uno de los balnearios más famosos de toda América: Punta del Este. En octubre de 2016 a pedido de las jerarquías Sr. Asesor del Ministro de Defensa Esc. Rubén López y Sr. Jefe de TRABU- PNN Capitán Jorge Bertrand, los buzos del GCH-PEMA localizaron la posición exacta y dispersión final del pecio de HMS Agamemnon, buque insignia de la Armada Británica. Famoso tanto por su participación en la Batalla de Trafalgar al mando del Almirante Nelson, como en sus operaciones estratégicas durante los diversos intentos de ocupación británica en el ocaso del Virreinato del Río de La Plata. Contando con documentación histórica del Almirantazgo Británico y con algunos datos exclusivos del equipo de exploración que trabaja en el pecio, nos aventuramos a reconstruir la recalada y naufragio del HMS Agamemnon en la Bahía de Maldonado.

Al amanecer el 18 de Junio de 1809, el Capitán Jonas Rose se enfrentó mano a mano y con destreza a un gran desafío para su carrera militar en la Marina Británica. Mientras el resto de la flotilla quedaba segura a espera, con agua bajo la quilla, a él le encomendaron recalar con el HMS Agamemnon en la Bahía de Maldonado. Ya lo había hecho con anterioridad, en la primavera de 1808. El Agamemnon, un navío de 64 cañones de la clase “Ardent”, fue nada menos que la nave favorita del célebre Almirante Nelson, fallecido en la batalla de Trafalgar (1808).  El Master Thomas Webb tenía la misión de posicionar una marca donde el HMS Monarch había tocado fondo anteriormente, aparejando una boya abanderada para señalizar ese obstáculo. Había que evitar cualquier tipo de riesgo. El Agamemnon era la  segunda nave de mayor calado en aquella expedición, por lo tanto con más probabilidades de encontrar obstáculos en una bahía que, si bien debía servir de resguardo para las naves, estaba saturada de peligrosos bajíos. Los motivos por los que el HMS Agamemnon incursionó en la Bahía como “avanzadilla” de la flota británica son diversos: Su excelente maniobrabilidad, la sabida destreza de su Capitán, o el hecho de que el barco ya había recalado unos meses antes en ese mismo lugar. También se debe tener en cuenta que era la nave más desgastada de la flotilla, lo que la hacía idónea para ser arriesgada en tal tarea. La respuesta a esto se perdió en el vaivén del “infierno de los navegantes”, pero es un hecho que el Agamemnon incursionó en la bahía a la vanguardia y campante.

La mañana escogida soplaba una suave brisa de Este-Nordeste; quizá con alguna leve variación debida a la topografía costera. Alcanzaron Punta Ballena y pusieron proa hacia la entrada Norte del canal, la boca grande. El Capitán Rose ordenó reducir marcha y arriar el bote a cargo del Master Webb, que con sus hombres debía señalar con baliza el peligro conocido: el actual “Bajo Monarca.” Mientras, el HMS Agamemnon continuaría descendiendo suavemente por el canal, con su capacidad de gobierno algo reducida y  sin empuje del velamen. Tan pronto como el Master Webb se separó del “64”, el marinero Winspear – tal como se declaró luego en el juicio marcial- anunció  una vía de agua en el casco por estribor, entre la 1ª y 2ª plancha de cobre. Quizá esa vía de agua no fuera un peligro inminente. O ni siquiera una novedad para la tripulación,  pero sí era un mal presagio que añadía tensión a una maniobra de riesgo y complejidad. También, agregó algo de condimento literario a los hechos relatados durante el Juicio Marcial.

 El Capitán Rose navegaba a estima. Dirigía la maniobra de recalada desde la boca ancha de Bahía de Maldonado descendiendo por el canal. Para la tarea contaba con una carta española de 1798, y también se apoyó en los sondajes de 1807 del Capitán Ross Donnelly’s, efectuados durante uno de los últimos intentos de ocupación británica. Navegaban de través, con inquietud. La carta española tenía diez años, lo que la hacía muy poco fiable en aquella zona, temida por lo cambiante de sus fondos. Desde el timón, el contramaestre observaba al Capitán nervioso y algo dubitativo. Como solución a aquella arriesgada proeza, Rose buscaba su anterior punto de recalada en la primavera de 1808. Pero estaban en pleno invierno y auguraba que quizás éste ya no era válido habiendo pasado cinco meses desde aquel noviembre. Aún ante el capricho de los fondos, él tenía que cumplir su deber, aunque las órdenes no fueran de su agrado. No había discusión ni réplica, la suerte estaba echada.

¿Lo habían enviado como cordero al matadero? ¿Era la “cabeza de turco” para justificar la derrota de la flotilla? Pensamientos de ese tipo no debieron brindar aliento al Capitán. Para más Inri, tres de las otras naves calaban menos que el Agamemnon, es decir que tenían menores probabilidades de varada. Un factor que todos los oficiales de la flotilla, y especialmente los capitanes, conocían de sobra.

Así las cosas, izó la bandera de señalización pidiendo permiso para fondear. Dio orden de orzar generosamente, sin velas, casi sin gobierno, el Agamemnon apenas se inmutaba con el timón metido generosamente a babor. . Mientras viraba a barlovento, un tripulante cantaba la profundidad, disminuyendo de 5 brazas a 4 y cuarto, preocupando a Rose y generando tensión a bordo. Sólo se oía el crujir de la nave virando muy lentamente. La lectura del sondaje decreciente trajo preocupación cubierta. La tripulación, curtida en estas lides, es consciente que la maniobra es de riesgo con apenas 4 ¼ brazas de agua bajo la quilla, lo que es unos siete metros y medio.

A continuación Rose ordenó izar, lascar y cazar un foque para ganar espacio y poder virar hacia el canal de nuevo ¿Ganar espacio? esto sugiere algo nada deseable en condiciones de poco gobierno. Para evitar el peligro de pasar el viento por proa lo habitual es reservar margen de sonda para rectificaciones. Pero margen justamente es lo que no había. Desesperadamente se izó un foque para lascar y cazar violentamente, buscando una pequeña orzada que otorgue el mínimo gobierno de la nave y enfilar de vuelta al canal.

Se lanzó la boya, y de seguido la mejor ancla de proa. En condiciones de deriva el ancla agarró e hizo cabecear la nave hacia el viento. Tras dos minutos de ansiedad a bordo, la nave flotó al pairo y a merced de la fría brisa invernal, hasta que tocó fondo por la popa, yaciendo sobre la banda de estribor. Quizá no fueron dos minutos, sino tan sólo algunos segundos eternos para aquella tripulación y su Capitán Jonas Rose. Le ordenaron buscar su recalada de primavera en pleno invierno, a sabiendas de que las órdenes no se cuestionan. Él cumplió su deber.

Hoy se conoce que aquella era la última aventura para el HMS Agamemnon, tras la cual estaba previsto navegar de vuelta a Inglaterra y desmantelar la nave. Y que el Capitán Rose declaraba reparar la nave antes de iniciar una travesía transoceánica ¿Quién no hubiera preferido desembarcar de aquella noble nave en aquellas condiciones, antes de enfrentarse a una aventura transoceánica de vuelta al Reino Unido?

 

 

Juan Vilariño, Escritor y Oficial en la Fiscalía Federal Nª 1, natural de Salta (Argentina). Xisco Martín López, Natural de Palma de Mallorca (España) Hidrógrafo, Geofísico y Navegante, integrante de la Fundación OLAS (Organización Latinoamericana de Arqueología Subacuática y asesor científico en el equipo de exploración HMS Agamemnon.

 

Referencias bibliográficas:

Cordero, A; Buffa, V. “El tesoro de los inocentes”

Anthony Deane “Nelson’s Favourite, HMS Agamemnon at War 1781-1809”

Lezama Antonio, Laura Brum, Eduardo Keldjian y Andrés Gascue  2015  “Avances en la Arqueología Marítima de la Bahía de Maldonado: Prospección, Inventario y Relevamiento Documental” Pp. 24- 44. En: ANUARIO DE ARQUEOLOGÍA 2015. Ed. Responsable: Dr. Leonel Cabrera. Instituto de Ciencias Antropológicas. Departamento de Arqueología – Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación – Universidad de la República. Montevideo.