El Monte Saint Michel está ubicado en Francia, en la región de Normandía, a casi cinco horas de viaje en autopista desde París. Es una isla pequeña, de apenas unos cuatro kilómetros cuadrados cuyo pueblo se erige en sus laderas, coronada por la abadía medieval en cuya punta más alta, a más de 170 ms., se ve el arcángel San Miguel.

Si bien existe un camino para llegar hasta él, al ser un islote enclavado en el mar, dos veces al día, al subir las mareas, queda cubierto por la marea, recordándonos que es una isla y no una montaña.

Por acción de las mareas también, los paredones exteriores que rodean al pueblo presentan una coloración negruzca, producto de las algas marinas lo cual, sumado al microclima frío y húmedo de la región, le da una atmósfera mágica propia de las películas de leyendas medievales.

Fue mandada a construir por el obispo de Avranches, San Aubert, en el año 709, producto de sueños y visiones, según cuentan las leyendas locales, donde el arcángel San Miguel le mostró donde debía hacerlo.

Pero fueron los monjes benedictinos quienes construyeron toda la estructura y finalmente ocuparon este lugar. Hoy viven en la abadía 12 monjes y monjas quienes se ocupan del lugar y producen miel, íconos y  souvenirs que venden a los turistas.

Durante el reinado del Luis XI y hasta 1860, este lugar albergó reclusos, como una cárcel terrible y remota, prácticamente olvidada en el medio del mar.

En todo el pueblo viven 36 personas ya que es uno de los lugares más caros de Francia para vivir.

Al llegar, entramos por sus portones medievales que atraviesan un foso,  y ya estamos en la «Grande Rue» del Mont-Saint-Michel que es un camino ascendente y sinuoso que atraviesa todo el pueblo hasta la abadía, a casi cien metros de altura. Por la sinuosidad del camino, debemos ascender 1800 metros ya que se va rodeando varias veces la montaña en círculos.

Además de los atractivos de estar en un pueblo medieval totalmente conservado y de las leyendas que se pueden escuchar, otro gran atractivo es comer en La Mère Poulard. Este restaurante tiene más de 120 años. Allí se puede encontrar una cocina donde se ofrecen productos frescos y locales: cordero, salmón Normando, pescados y mariscos, como también la especialidad: tortilla de la Mère Poulard, cocinada a horno de leña. Eso si, acá nada es barato!

Hay muchas historias atractivas, ya que esta región fue hogar de celtas, romanos y galos…El propio Guy de Maupassant le dedicó un cuento a este maravilloso lugar. Dicen que frente al monte, donde hoy está enclavado el pueblo, estaba el mítico bosque de Scissy. La isla fue dedicada bajo el nombre de “Tumba Beneni “o tumba de Belenus, al dios galo del sol por los pueblos galos que allí estuvieron.

En ese entonces existía en el lugar un gran megalito y un cementerio según algunos historiadores bretones, aunque no hay pruebas reales de la existencia del bosque y de sus historias. Lo cierto es que en los subterráneos de la abadía si se han encontrado restos megalíticos de los celtas, lo cual, para muchos, apoya las leyendas de la región.

Otro monumento interesante en la isla es Notrê-Dame Sous-Terre. La iglesia original fue cubierta completamente por las múltiples ampliaciones de la abadía y quedó bajo tierra hasta ser redescubierta durante unas excavaciones a principios del siglo XX. Desde entonces ha sido restaurada y ofrece un magnífico ejemplo de la arquitectura prerrománica, que también visitamos.

En la actualidad, se está cuestionando la construcción de la carretera que une el continente con la isla ya que provoca acumulación de arena, formando bancos, y evitaba que la marea llegara a aislar totalmente el islote. Desde hace unos años se está trabajando para conciliar la actividad turística, la accesibilidad a la isla con el ecosistema marítimo, permitiendo nuevamente que el agua del mar de La Mancha circule libremente.
El Monte Saint-Michel y su bahía, fueron declarados monumentos históricos en 1862 y figuran desde 1979 en la lista del Patrimonio Mundial de la UNESCO. La visitan casi cuatro millones de turistas al año, por lo cual a pesar de su encanto, no es fácil caminar por sus pequeñas calles y no encontrarse con cientos de personas.

Pero si nos quedamos en los hoteles y posadas de la isla, durante la noche y hasta bien entrada la mañana siguiente, podemos disfrutar de la magia de este lugar que queda casi desierto y podemos pasear en soledad por sus callecitas empinadas, aislados por la marea y rodeados por la bruma.

Allí, entre el ruido del mar, la soledad de sus calles y el viento que sopla bravío, podemos soñar con las historias y leyendas que vamos descubriendo en este maravilloso recorrido que vale la pena conocer.

Fotos y texto: Jimena Méndez

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